miércoles, 7 de julio de 2010

Los cuentos de hadas no son sólo cuentos de hadas

Estaba una sirena sentada en una roca en medio del mar. Las olas sacudían su cola de pez y la espuma peinaba su cabello. Sentada en su piedra de madreperla ella pensaba, pensaba solitaria su soledad en el inmenso mar en el que vivía repleto de todo tipo de peces. ¿Por qué se sentía tan sola? Ella sólo pensaba en todo y en nada, y cantaba canciones inventadas mientras miraba el horizonte y esperaba que la Luna llena volviese a ondear en la superficie del mar. Tras muchos años esperando esa luz de luna, la sirena melancólica decidió ir a la orilla del mar, donde la arena acariciase su gran aleta y las algas vistiesen su cuerpo mitad humano. Quizás allí, en el límite del mundo de su existencia, a la sombra de las palmeras, donde ningún otro pez la viese, podría ver mejor el horizonte en busca de aquéllo que tanto anhelaba.
Y allí, la sirena melancólica posó su cola repleta de escamas, cantando canciones que desconocía y mirando al infinito, esperando a ver la Luna llena al otro lado del fondo mar durante años, cantando y cantando melodías que no exisitían.

Un día, la sirena giró su cabeza al otro lado del horizonte, y allí la vió, grande y resplandeciente la luz blanca. No se lo podía creer, después de tanto tiempo esperando había llegado la Luna llena iluminando un pequeño trozo de mar donde nunca había estado. Su corazón latía frenéticamente, le decía que fuese allí en cuanto antes. No podía esperar. Era algo irraconal, sabía que era peligroso para ella, porque desconocía aquél lugar, pero había estado esperando demasiado tiempo como para no ir. Necesitaba descubrir qué había allí, sino se habría arrepentido.

Finalmente, decidió arriesgarse y echarse al mar, nadando tan rápido hacia la Luna llena que bailaba en el mar que sintió vértigo. Pronto se encontró nadando en medio de la Luna, estaba feliz por haber llegado hasta allí, aunque aún sentía que le faltaba algo, no estaba satisfecha, quería más. Quizá, bajo esa luz había un mundo diferente, un gran tesoro donde encontrar eso cuya falta le hacía incompleta. Sabía que no eran collares de perlas ni tocados de estrellas de mar, eso sólo serían adornos sin ningún valor que la harían más bonita. Era algo diferente, único e irrepetible.

Tomó una gran bocanada de aire y se zambulló en el agua, aunque pronto se dio cuenta de que aquéllo era una tontería. Ella podía respirar el agua salada del mar, siempre había estado allí.
Mientras se hundía en las profundidades del mar, más y más rapido, la blanca luz de Luna la acompañaba, y tocó fondo. Dió una vuelta sobre sí misma y no vió nada, pero la segunda vez divisó, no muy lejos, algo parecido a lo que era un barco hundido. ¿Qué habría dentro de aquél barco hundido? ¿Sería su tesoro?

La sirena se adentró en el barco hundido. Su corazón latía con fuerza, tenía un sentimiento, un presentimiento... Un presentimiento que duró poco. Allí sólo había algas y arena. La sirena melancólica, estaba desilusionada. Había pensado que allí podría encontrar ese algo que necesitaba, que le faltaba, y se dispuso a salir del barco, cantando canciones que desconocía.

Justo antes de salir por la cubierta, apareció un pez, un pequeño pez dorado que la miraba inquieto, como si quisiera algo con ella. El pez, tímido, se acercó a ella y dió un par de vueltas alrededor de su cola plateada plagada de escamas. A la sirena melancólica le hizo gracia, le dedicó una sonrisa de grandes dientes blancos de Luna llena y se marchó susurrando melancólicas melodías que no existían.

Volvió a su roca de madreperla a seguir pensando en todo y en nada, en lo sola que estaba, cantando y cantando sin parar bajo las estrellas y la gran Luna llena. Y allí se quedó, día tras día observando el reflejo de luna ondeando en el mar. Tantos años esperándola y de repnte había aparecido, y allí seguía, inmóvil sobre una fina capa de agua sin ganas de querer marcharse. ¿Por qué seguía allí la Luna? No lo sabía, pero su corazón parecía decirle algo. De repente se acordó de aquél gracioso pez dorado, quizá volviese a ver si estaba allí, al fin y al cabo sólo él parecía haberle dado algo que nunca nada antes había conseguido: una pequeña sonrisa.

Y un día, la sirena decidió volver a aquel lugar, sin ninguna esperanza más que pasar un poco de su inmortal tiempo con ese pez que tan poco le había llamado la atención. Y cantando, nadó silenciosamente hacia la Luna llena y se sumergió una vez más en las profundidades del mar. Y allí estaba el pez dorado que tan incómodamente la había estado observando semanas atrás, y fue hacia él. La luz de Luna la acompañaba a través de la absoluta oscuridad, mientras nadaba hacia ese pez que sólo parecía mirarla. Se posó lentamente sobre la arena gris del fondo del mar y el pez se le acercó, y se acercó tanto que la Luna le iluminó y la sirena se dio cuenta de algo sorprendente: ese pez tenía un color muy especial, brillaba intensamente como nunca había visto antes. Brillaba desde dentro, era un pez único, lleno de sabiduría y corazón, un corazón tan grande que eclipsaba la luz de Luna. La sirena melancólica, de repente, tuvo una sensación que nunca antes había tenido. Su corazón latía de forma diferente, pero ella estaba muy tranquila, era una sirena tan serena como la superficie de un mar abierto.

A partir de entonces, la sirena no era una sirena melancólica, era una sirena feliz. Iba todos los días a ver a ese pez dorado, tan gracioso y tan especial, tan lleno de cosas buenas... Y de repente. un día ese pez, entre burbujas le regaló su corazón marino, un corazón tan limpio y transparente que no se lo podía creer. Ese era el tesoro que tan ansiadamente le indicó la Luna durante todo ese tiempo, y ese tesoro le hizo feliz. Ahora ya no era una sirena melancólica, era feliz.

Pero llegó el cambio de estación y las corrientes del mar cambiaron. La sirena feliz ya sabía que era algo inevitable. Y el pez dorado un día se marchó, dejándole como recuerdo un trocito de su corazón.

La sirena ya no es feliz, es una sirena solitaria otra vez, y triste, muy triste con la esperanza de volver a ver a ese hermoso pez que aunque le quitó el corazón, si le regaló un poquito de él. No todo se ha acabado, todo está en suspendido flotando entre la superficie y el fondo del mar, esperando volver a encontrarse y recuperar eso tan especial que el pez dorado prometió devolverle. Y la Luna llena despareció en el horizonte.

Ahora la sirena triste canta melodías que sólo ella conoce, vagando por los mares esperando el momento en el que la promesa se cumpla y vuelvan a encontrarse y poder recuperar aquéllo que fue tan especial. Pero el fondo del mar está muy frío y podría terminar enfriando por dentro a la sirena triste.

Y mientras tanto, la sirena sigue cantando esas canciones que ahora le resultan extrañas en ocasiones, pensando en todo y en nada al mismo tiempo y esperando a que vuelva la luz de Luna llena a lo más profundo de su mar.

Aunque cursi, en el fondo Moody tiene su corazoncito que no sabe expresar de otra forma lo que ha vivido estos 3 meses, porque así ha sido: un cuento de hadas.

Moody.

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