sábado, 24 de julio de 2010

De vuelta

Por aquí ando de nuevo, con una etapa cerrada y a punto de empezar una nueva.
El crucero de fin de carrera ha sido justo como me esperaba: un punto y final que me ha servido para desconectar completamente de todo.
Ahí atrás queda la etapa universitaria (aunque me quede sólo una asignatura para septiembre) y esos tres meses maravillosos con el que ha sido mi primer amor de verdad, y además correspondido.

El caso es que, aunque sí que le echo de menos, no lo hago tanto como pensaba que iba a ser. Será que era un tema que ya tenía completamente asumido y por eso lo estoy llevando con tanta serenidad.

El último día tuve un poco de todo, pasando por un cabreo monumental, estando a punto de mandarle a la mierda para siempre a tener justo lo que necesitaba para tener un final digno de una bonita historia con final abierto. Meexplicoquenosesisemeentiende:

El 11 se suponía que íbamos a pasar el día entero juntos. Él, yo y nadie más, o eso me prometió. Yo ya tenía la maleta cerrada desde pronto por la mañana y él tenía una comida de compromiso en casa de nosequién, pero que iba corriendo y volvía enseguida. A las 5 de la tarde todavía no había recibido ni un miserable mensaje, por lo que mi cabreo e indignación iba en aumento a cada segundo que pasaba. 2 semanas de viaje, 4 días en Madrid y se pira a Londres casi sin avisar para volver el 10 por la noche; así que sólo nos quedaría un día para estar juntos.

Límite: las 18:00 horas. Si para entonces no había tenido noticia alguna del mexicano, todo iba a terminar a mi manera, es decir, a las malas y sin explicación de por medio, que si quiero ser cabrón, lo puedo ser perfectamente. Y mucho.
A las 17:45, justo en el límite, me llama y me dice que vaya corriendo a su casa. Así que cojo mi maleta, tabaco, mechero y mi cabreo monumental y me voy para su casa. Y mientras tanto esperando que el cabreo no se midiese en kilos, porque sino a la hora de facturar iban a tener que fletar un avión para mi solito.
Llego allí, y yo era poco menos que un témpano de hielo.
  - ¿Qué hora es, Moody?
  -  Las 7 y pico
  - ¿¡¿¡¿Ya?!?!?! ¡Qué tarde!
  - Ya ves, es lo que tiene...
  - Te noto raro
  - Tengo mucho calor
  - Te quiero...
  - (me enciendo un cigarro)
  - Pues en Londres he hecho tal tal y tal
  - Me voy a por un vaso de agua

Y así hasta que involuntariamente lo arregló y vi que, aunque no había cumplido con lo prometido, sí que me consideraba alguien muy importante para él y que sin quererlo seguía tocándole el corazón.
Y así pasaron las horas, y mientras más tranquilo estaba yo, más rayado estaba él. Algo quería decirme, pero que no se atrevía a hacerlo. Porque "no quería ponerse a llorar" decía, "nunca he estado con nadie como estoy contigo", me dijo sólamente. Aunque alguna lagrimilla se le escapó cuando estábamos en el salón "¿verdad que vamos a seguir en contacto?", o en su cuarto "por favor, no insistas, no quiero hablar", o luego en la ducha "dime que nos volveremos a ver".

Y a las 4'30 a.m. ahí estaba mi buena amiga T. esperándome en el portal para llevarme al aeropuerto.
"Hasta luego".
Y aquí es donde termina lo que es la primera parte de toda esta historia, que aunque no es el fin, puede que no haya un segundo volumen..¿o sí? Tiempo al tiempo, que el destino hace cosas muy extrañas.

Mi "querida" mosca cojonera Murphy, ese hijoputa que siempre me acompaña se ha equivocado esta vez, porque no todo lo que mal empieza, mal acaba. La despedida no empezó bien, pero acabó mejor.
Una despedida casi perfecta para una historia casi perfecta.
Y la perfección, queramos o no queramos, es un auténtico coñazo.

Moody.

No hay comentarios:

Publicar un comentario