lunes, 30 de noviembre de 2009

Déjà-vu

Últimamente aprovecho mis paseos diarios por la Gran Vía de Madrid para pensar.
Me gusta la Gran Vía, es emblemática, tiene alma, todo tipo de gente. Es como un zoo, diferentes especies de personas, de tiendas, de luces y de sombras, como la vida misma. Es inspiradora.

A partir de Plaza de España empiezo a sentir esa luz que me deslumbra y ese olor que me embriaga. Me enciendo l primer cigarrillo. Pienso en las cosas que me han pasado en los últimos meses, de la nueva evolución que estoy notando en mí, en lo que pudo ser y que no fue, en la toma de conciencia que estoy tomando sobre mí, en mis nuevas dimensiones y en todo lo que tengo en mi interior que está empezando a aflorar, en mi fuerza interior.

Desde aquella noche en el banco, pasando por esa persona, que sin conocerme de nada, acudió a mi desesperada gritando socorro y pidiendo consejo. Hasta la gran hostia contra un muro de cemento poco después de que me dijeses aquello de las mariposas en tu estómago y lo otro sobre mis ojos azules (que yo sigo pensando que son verdes). No dejabas de decirme que era increíble, que era especial, que me habías estado esperando tanto tiempo... Y desapareciste de repente alegando a tu imposibilidad de querer a una persona. He querido gritar, explotar, pero nadie parecía escucharme, menos tú que simulabas sordera.
Maldito (o bendito) déjà-vu.

Al cabo de un mes y pico nos volvimos a encontrar. Piensas que no noté lo que pasaba, que no se leer tu cara y tu mirada... esa cara, esa mirada... me dijeron todo en el instante anterior al momento en el que quisiste besarme, para volver a desaparecer otra vez.

Puede que te quede algo de aquella fugaz historia, a mi cada vez menos. Tal vez por eso actúas como si no quisieras saber nada de mi.
Puede que pienses que me hiciste daño. Puede que se lo hayas hecho a otras personas, pero a mi no. Ni una sola lágrima, sólamente la incertidumbre de lo que pudo haber sido y que cada vez me importa menos, simplemente me decepcionaste. No me hiciste daño, soy demasiado sólido para que alguien me tumbe. Soy demasiado objetivo como para saber qué pasaba y demasiado empático como para saber lo que iba a pasar.

Tengo mucha paciencia, comprensión y consciencia sobre mí para seguir con mi vida.
Nadie puede tumbarme, puedo caerme y romperme una pierna, pero me levanto y sigo para alante.
No se que pasará cuando volvamos a vernos, quizá sea como dice la canción: ...repetiremos cada vez que nos crucemos de nuevo...

Pero ya todo ha cambiado, ya no siento lo mismo, sólamente un cariño especial y una gran atracción sexual.
Por eso mis ojos verdes siguen brillando, mi pelo sigue siendo suave y mi boca sonríe, porque se que tengo mucho que dar, que si no es a tí, será a otra persona que sepa valorarlo. Porque he sido capaz de entenderte y por tenerte aún así un aprecio especial. Simplemente fuiste cobarde, y lo siento por ti, no por mi.

Ya estoy llegando a Cibeles y el sol vuelve a asomar por encima de los edificios.
Enciendo un último cigarrillo y pienso en lo caprichoso que es el destino. En cómo hace lo imposible por juntar a dos personas para separarlas en menos de lo que me queda para llegar a la Puerta de Alcalá.
Doy una última bocanada al cigarro y pienso "¿qué me traerá la vida mañana?". Lo tiro al suelo y mientras exhalo el humo me digo a mi mismo "¡NO PUEDO ESPERAR A SABERLO!".


No hay comentarios:

Publicar un comentario